jueves, 31 de marzo de 2016

PAZ A VOSOTROS


Lc 24, 35-48 


En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice: «Paz a vosotros». Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo: «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo». Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo: «¿Tenéis ahí algo de comer?». Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo: «Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí» Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y le dijo: «Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».



VOSOTROS SOIS TESTIGOS DE ESTO


Los apóstoles fueron testigos de las apariciones de Jesús resucitado. ¡Estaba vivo! Lo vieron, lo tocaron, comió con ellos...

Y les ofrecía paz, les enseñaba que Él era el Mesías que habían estado esperando desde siglos. Y les dio una misión: comunicad que es verdad, que sois testigos de esto. 

Comuniquemos al mundo la certeza de un Dios resucitado, de un Dios perdón, de un Dios Misericordia...La Vida no se ocultaba en un sepulcro vacío. 






miércoles, 30 de marzo de 2016

EMAÚS


Lc 24, 13-35

Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabe lo que ha pasado allí estos días?». Él les dijo: «¿Qué?». Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron». Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrará así en su gloria?» Y, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él hizo simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Y se dijeron el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:  «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.



QUÉDATE CON NOSOTROS


El camino para llegar al encuentro del Señor, como en Emaús, se hace en compañía de los hermanos, compartiendo alegrías y deseos, anhelos y tribulaciones. ¿Cómo ser feliz si mi hermano no lo es? 

También compartimos el Pan, que se parte y se comparte con los que más lo necesitan. Es en ese Pan compartido cuando le reconocemos, sorprendidos por su cercanía.

Y en la cercanía del encuentro irrumpe un deseo: "¡Quédate con nosotros,Señor! En nuestro caminar, en nuestro trabajo, en nuestra oración, en nuestro vivir, en nuestro compartir y compartirte... Quédate, porque atardece..."




martes, 29 de marzo de 2016

¡RABBONI!


Jn 20, 11-18 


En aquel tiempo, estaba María fuera, junto al sepulcro, llorando. Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados, uno a la cabecera y otro a los pies, donde había estado el cuerpo de Jesús. Ellos le preguntan: «Mujer, ¿por qué lloras?» Ella les contesta: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto». Dicho esto, se vuelve y ve a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le dice: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, tomándolo por el hortelano, le contesta: «Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo recogeré». Jesús le dice: «¡María!». Ella se vuelve y le dice: «¡Rabboni!», que significa: «¡Maestro!». Jesús le dice: «No me retengas, que todavía no he subido al Padre. Pero, anda, ve a mis hermanos y diles: "Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro"». María Magdalena fue y anunció a los discípulos: - «He visto al Señor y ha dicho esto».


HE VISTO AL SEÑOR


Jesús nos llama, como a María Magdalena, para que le veamos. Él conoce nuestro nombre y nos conoce en plenitud, por eso nadie puede pronunciar nuestro nombre como Él.

De la muerte surge la vida; de la oscuridad, la luz. Estábamos ciegos y no veíamos al Señor, aunque estuviera a nuestro lado. 

Ahora nos ha llamado, hemos visto al Señor y la luz se ha hecho para que alumbre nuestra vida ante los demás. Desde la Resurrección todo tiene otra luz... la luz de la Vida. 




lunes, 28 de marzo de 2016

MIEDO Y ALEGRÍA


Mt 28, 8-15 


En aquel tiempo, las mujeres se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos. De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». Mientras las mujeres iban de camino, algunos de la guardia fueron a la ciudad y comunicaron a los sumos sacerdotes todo lo ocurrido. Ellos, reunidos con los ancianos, llegaron a un acuerdo y dieron a los soldados una fuerte suma, encargándoles: «Decid que sus discípulos fueron de noche y robaron el cuerpo mientras vosotros dormíais. Y si esto llega a oídos del gobernador, nosotros nos lo ganaremos y os sacaremos de apuros.» Ellos tomaron el dinero y obraron conforme a las instrucciones. Y esta historia se ha ido difundiendo entre los judíos hasta hoy.


ALEGRAOS


Jesús mismo le dice a las mujeres "Alegraos". Esa invitación a la alegría sigue vigente hoy entre los cristianos. Él mismo nos lo vuelve a decir a cada uno de nosotros.

Dios no está muerto, ¡está vivo!, el cristianismo no es tristón y patético por eso mismo, porque Cristo vive y vive en cada uno de nosotros.

Y esa alegría no es para nosotros únicamente. Al vivirla, debemos darla a los demás. Comunicar la alegría de la Resurrección es el encargo que Dios nos hace hoy. ¡HA RESUCITADO!





domingo, 27 de marzo de 2016

DOMINGO DE RESURRECCIÓN


Jn 20, 1-9 


El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.


VERDADERAMENTE HA RESUCITADO EL SEÑOR, ¡ALELUYA!


La Resurrección es el triunfo de la Cruz, la victoria sobre la muerte, el perdón de nuestras culpas, liberación por la traición y el abandono, por la cobardía y la negación.

Cristo resucitado nos recuerda que la gloria de este día se llega por el dolor de la Cruz. 

Resucitemos con Cristo que, si así lo hacemos, seremos hijos de la Luz y de la Vida. 



viernes, 25 de marzo de 2016

VIERNES SANTO


Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 

En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo: 

«¿A quién buscáis?». Le contestaron:  «A Jesús, el Nazareno.» 
Les dijo Jesús: «Yo soy». 
Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles:«Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez: «¿A quién buscáis?». 
Ellos dijeron:  «A Jesús, el Nazareno». 
Jesús contestó:  «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mi, dejad marchar a estos». 
Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro: «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?»
La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo». Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:  «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». 
Él dijo: «No lo soy.» 
Los criados y los guardias hablan encendido un brasero, porque hacia frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina. Jesús le contestó: «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho». 
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al sumo sacerdote?». 
Jesús respondió: «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?». 
Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote. 
Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». 
Él lo negó, diciendo: «No lo soy». 
Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo: «¿No te he visto yo en el huerto con él?». 
Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo. 
Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo: «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?». 
Le contestaron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos». 
Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley». 
Los judíos le dijeron: «No estamos autorizados para dar muerte a nadie». 
Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?». 
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mi?» 
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?». 
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí». 
Pilato le dijo: «Entonces, ¿tú eres rey?». 
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz». 
Pilato le dijo: «Y, ¿qué es la verdad?». 
Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». 
Volvieron a gritar: «A ése no, a Barrabás». El tal Barrabás era un bandido.
Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían: «¡Salve, rey de los judíos!». Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo: «Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa». 
Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo: «He aquí al hombre». 
Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». 
Pilato les dijo: «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él». 
Los judíos le contestaron: «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios». 
Cuando Pilato oyó estas palabras, se asusto aún más. Entró otra vez en el pretorio, dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». 
Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo: «¿A mÍ no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?». 
Jesús le contestó: «No tendrías ninguna autoridad sobre mÍ, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban: «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César». 
Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos: «He aquí a vuestro rey». 
Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera; crucifícalo!». 
Pilato les dijo: «¿A vuestro rey voy a crucificar?». 
Contestaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que al César». 
Entonces se lo entregó para que lo crucificaran. 
Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos"». 
Pilato les contestó: «Lo escrito, escrito está.»
Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron: «No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca». 
Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica» Esto hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». 
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». 
Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo: «Tengo sed». 
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». 
E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.  
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran, Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nícodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.



ROTA ESTÁ EL ALMA


Hoy todo es Cruz, la muerte es una realidad patente. Las tinieblas cubren la tierra, rota está el alma. El agua y la sangre gotean por ese Corazón traspasado. La entrega se cumplió y el Padre aceptó la ofrenda.

¿Dónde están los que gritaban Hosanna? El silencio es la respuesta. Solo Simón de Cirene ha sido obligado a coger la cruz en nombre de todas nuestras cobardías. 

Señor del Calvario, roto, solo y olvidado... mi Señor crucificado... haznos cireneos de tu Cruz y sé Tú el cireneo de nuestras culpas...

Hoy la vida agoniza en el Gólgota...






jueves, 24 de marzo de 2016

JUEVES SANTO

Jn 13, 1 - 15


Antes de la fiesta de Pascua, consciente Jesús de que había llegado su hora, la de pasar del mundo este al Padre, él, que había amado a los suyos que estaban en medio del mundo, les demostró su amor hasta el fin.

Mientras cenaban (el enemigo había ya inducido a Judas de Simón Iscariote a entregarlo), consciente de que el Padre lo había puesto todo en sus manos y que de Dios procedía y con Dios se marchaba, se levantó de la mesa, dejó el manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura. Echó luego agua en el barreño y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con el paño que llevaba ceñido. Al acercarse a Simón Pedro, éste le dijo: "Señor, ¿tú a mí lavarme los pies?"
Jesús le replicó: "Lo que yo estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás dentro de algún tiempo." Le dijo Pedro: "No me lavarás los pies jamás." Le repuso Jesús: "Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo."
Simón Pedro le dijo: "Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza." Jesús le contestó: "El que ya se ha bañado no necesita que le laven más que los pies. Está enteramente limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos." (Es que sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios»).
Cuando les lavó los pies, tomó su manto y se recostó de nuevo a la mesa. Entonces les dijo:"¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y con razón, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Es decir, os dejo un ejemplo para que igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros."

JUEVES DE AMOR Y EUCARISTÍA


El anuncio de Jesús sorprende a los discípulos y en aquella Cena se insinuaba la Cruz...

Los corazones honrados se indignan en este jueves de amor y eucaristía sin caer en la cuenta de que nuestras ingratitudes estuvieron allí presentes y nuestras injusticias colocan cruces en las espaldas de los demás.

Aunque juremos con Pedro que le seguiremos adonde quiera que vaya, le negaremos, como Él, aumentando la agonía en la noche de su Pasión. 



miércoles, 23 de marzo de 2016

MIÉRCOLES SANTO


Mt 26, 14-25 


En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis y decidle: "El Maestro dice: Mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos"». Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar». Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, más le valdría a ese hombre no haber nacido». Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: «Tú lo has dicho».


TREINTA MONEDAS


Le pusieron precio a la Cruz... 

El trato se cerró en treinta monedas, pero pensemos si nosotros no lo entregamos por menos. La traición siempre es una posibilidad y el poder y el tener nos pueden. 

Sobran verdugos, en cambio, desgraciadamente, como comprobamos ayer, nunca faltan víctimas. Nuestro buen Jesús entregará hasta la última gota de su sangre por las víctimas de todos los tiempos.  





martes, 22 de marzo de 2016

MARTES SANTO


Jn 13, 21-33. 36-38 


En aquel tiempo, estando Jesús a la mesa con sus discípulos, se turbó en su espíritu y dio testimonio diciendo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vosotros me va a entregar». Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía. Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: «Señor, ¿quién es?». Le contestó Jesús: «Aquel a quien yo le dé este trozo de pan untado». Y, untando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás. Entonces Jesús le dijo: «Lo que vas hacer, hazlo pronto». Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres. Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche. Cuando salió, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Me buscaréis, pero lo que dije a los judíos os lo digo ahora a vosotros: "Donde yo voy, vosotros no podéis ir"» Simón Pedro le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no me puedes seguir ahora, me seguirás más tarde». Pedro replicó: «Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti». Jesús le contestó: «¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces».


¿QUIÉN ES, SEÑOR?


La tensión está presente y la traición se respira en el ambiente. Los discípulos preguntan sorprendidos ante lo que les anuncia Jesús: "Uno de vosotros me va a entregar". 

"¿Quién es, Señor?", le preguntó Juan. Y aunque entonces se escuchó el nombre de Judas, él no será el único en desentenderse del plan de Dios. Todos somos responsables de mirar hacia otro lado sin inmutarnos por el peso que cargamos sobre otros hombros, en los que revive de nuevo Jesús de Nazaret. 






lunes, 21 de marzo de 2016

LUNES SANTO


Jn 12,1-11 

Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dice: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres?». Esto lo dijo, no porque le importasen los pobres, sino porque era un ladrón; y como tenía la bolsa, se llevaba de lo que iban echando. Jesús dijo: - «Déjala; lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis». Una muchedumbre de judíos se enteró de que estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos, por su causa, se les iban y creían en Jesús.


NARDO Y CRUZ


Seis días antes de la Pascua, Jesús va a Betania a visitar a Lázaro y sus hermanas. Busca allí la proximidad del cariño y de la entrega.

Presentía la angustia de la soledad de la cruz, ese desamor en el que viviría dentro de unos días. La casa huele a nardo y hay calor de fraternidad. 

Los sumos sacerdotes habían decidido que el orden no debía romperse y debía restablecerse por la cruz, pero no sabían que ese era el plan de Dios.



domingo, 20 de marzo de 2016

DOMINGO DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR


Lc 22, 1-49 

En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato. 
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo 
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey». 
C. Pilatos le preguntó: 
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?». 
C. Él le responde: 
+ «Tú lo dices». 
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: 
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto. 
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo: 
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí». 
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio 
C. Herodes, al vera a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí. 
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: 
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». 
C. Ellos vociferaron en masa: 
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás». 
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: 
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!». 
C. Por tercera vez les dijo: 
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». 
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿que harán con el seco?». 
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: 
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». 
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. 
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: 
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». 
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: 
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». 
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». 
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: 
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». 
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: 
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada». 
C. Y decía:

S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». 
C. Jesús le dijo: 
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». 
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: 
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». 
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: 
S. «Realmente, este hombre era justo».





REALMENTE ESTE HOMBRE ERA JUSTO


Comienza hoy la más santa de las semanas. El evangelio nos ofrece el relato de la Pasión que nos dejó san Lucas. 

Jesús entraba en Jerusalén, sabía lo que pasaría en poco tiempo, y aun así, se dirigió hacia Jerusalén. No sabemos qué pensaría, pero puede que esa tarde la oración que hizo al Padre, a su Padre, fuera triste. 

Las mismas personas que hoy le aclamaron, dentro de cinco días le gritarían por las calles de Jerusalén insultándole... En la mañana de hoy sobraban manos agitando palmas de triunfo. Y el viernes faltarán brazos que alivien el peso de la Cruz.  



sábado, 19 de marzo de 2016

JOSÉ, HIJO DE DAVID


Mt 1, 16. 18-21. 24a 


Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo. El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor.


JOSÉ, SU ESPOSO, QUE ERA JUSTO


Hoy el protagonista del evangelio es José. En él tenemos el ejemplo de muchas virtudes cristianas; es al que podemos confiarle todo, puesto que Dios le confió y le encomendó a su Hijo, Jesús y a su Madre. 

Esposo, Padre, Protector... así le reza la Iglesia. Cumplió la Voluntad de Dios para que el proyecto de salvación que tenía para nosotros siguiera adelante. 

Un hombre sencillo, que tocó la gloria con sus manos, al único hombre al que Jesús pudo llamar padre. 



viernes, 18 de marzo de 2016

¿POR CUÁL DE ELLAS ME APEDREÁIS?


Jn 10,31-42 


En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús. Él les replicó: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?». Los judíos le contestaron: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios». Jesús les replicó: «¿No está escrito en vuestra ley: "Yo os digo: sois dioses"? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre». Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí. Muchos acudieron a él y decían: «Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad». Y muchos creyeron en él allí.


AUNQUE NO ME CREÁIS A MÍ, CREED A LAS OBRAS


Jesús, en el evangelio de este Viernes de Dolores, con esta frase nos enseña lo que dice aquel refrán español de "las palabras se las lleva el viento". Si no creemos lo que nos dice, fijaos en sus obras, esas que no se olvidan por mucho tiempo que pase. En cambio, las palabras se olvidan pronto. Nosotros no deberíamos olvidar sus obras, pero tampoco las palabras de Aquel que es la Palabra.

"Obras son amores..." dice la sabiduría popular y la mayor obra de amor que Jesús hizo por nosotros fue morir en la Cruz. Murió por amor, derramando ternura y compasión porque "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos".

Hagamos lo que Él hizo y proclamemos lo que Él proclamó y que nos recuerda el evangelio de hoy: "El Padre está en mí y yo en el Padre". 





jueves, 17 de marzo de 2016

YO SOY


Jn 8,51-59 


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre». Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: "Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre"? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mi mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: "Es nuestro Dios", aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera: "No lo conozco" sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría». Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?» Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abrahán existiera, yo soy». Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.


COGIERON PIEDRAS PARA TIRÁRSELAS


Es contradictorio que, el que no vino a juzgar era continuamente juzgado. Incluso condenado como blasfemo. ¡Menuda contradicción! Dios mismo, considerado blasfemo.

Así eran entonces y así seguimos siendo ahora, juzgamos y condenamos. Incluso lapidamos al que es diferente en cualquier aspecto. Pero Jesús no nos enseñó a actuar así. 

Él nos enseñó a un Dios bueno y misericordioso, fiel y atento a nuestras necesidades, comprensivo y padre. Sigamos ese ejemplo, guardemos su palabra y no veremos la muerte para siempre.



miércoles, 16 de marzo de 2016

LA VERDAD OS HARÁ LIBRES


Jn 8, 31-42 


En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.» Le replicaron: «Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: "Seréis libres"?». Jesús les contestó: «En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre». Ellos replicaron: «Nuestro padre es Abrahán». Jesús les dijo: «Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios, y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre». Le replicaron: «Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios». Jesús les contestó: «Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».


SERÉIS DISCÍPULOS MÍOS


¿Cómo ser de verdad discípulos de Jesús? Nos lo dice Él mismo en este evangelio: permaneciendo en su palabra, conociendo la verdad para que nos haga libres. No siendo esclavos de nadie, ni siquiera del pecado; dejando que cale su palabra en nosotros; amando al Padre, amándole a Él, creyendo que salió de Dios y que fue enviado a nosotros.

Seamos discípulos de Jesús haciendo lo que hizo Él, dando gratis a los demás el amor, misericorida y compasión que Dios, gratuitamente nos ha dado a nosotros.





martes, 15 de marzo de 2016

MUCHOS CREYERON EN ÉL


Jn 8, 21-30 


En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: «Yo me voy y me buscaréis, y moriréis por vuestro pecado. Donde yo voy no podéis venir vosotros». Y los judíos comentaban: «¿Será que va a suicidarse, y por eso dice: "Donde yo voy no podéis venir vosotros"?». Y él les dijo: «Vosotros sois de aquí abajo, yo soy de allá arriba: vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Con razón os he dicho que moriréis en vuestros pecados: pues, si no creéis que “Yo soy”, moriréis en vuestros pecados». Ellos le decían: «¿Quién eres tú?». Jesús les contestó: «Lo que os estoy diciendo desde el principio. Podría decir y condenar muchas cosas en vosotros; pero el que me ha enviado es veraz, y yo comunico al mundo lo que he aprendido de él». Ellos no comprendieron que les hablaba del Padre. Y entonces dijo Jesús: «Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que “Yo soy”, y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como el Padre me ha enseñado. El que me envió está conmigo, no me ha dejado solo; porque yo hago siempre lo que le agrada». Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él.


YO SOY


En el evangelio de hoy los fariseos le preguntaron "¿Quién eres tú?", a lo que Él contestó " YO SOY". Y con esas dos sencillas palabras lo dijo todo. Él es. 

Nosotros también nos hemos preguntado alguna vez quién es Jesús, quién es Él, al que se le ama no se le odia, al que se cree o se le ignora...

Y Él mismo nos contesta: Yo soy el Pan de vida; Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; Yo soy la Luz del mundo; Yo soy el Buen Pastor; Yo soy el que soy. No podemos seguir indiferentes...



lunes, 14 de marzo de 2016

YO SOY LA LUZ DEL MUNDO

Jn 8, 12-20

Jesús les habló otra vez diciendo: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida."
Los fariseos le dijeron: "Tú das testimonio de ti mismo: tu testimonio no vale."
Jesús les respondió: "Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio vale, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado. Y en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí."
Entonces le decían: "¿Dónde está tu Padre?" Respondió Jesús: "No me conocéis ni a mí ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre."
Estas palabras las pronunció en el Tesoro, mientras enseñaba en el Templo. Y nadie le prendió, porque aún no había llegado su hora.



YO NO JUZGO A NADIE


Jesús estaba en Jerusalén y sus palabras no eran del agrado de sus interlocutores. Esas palabras les señalaban y comprometían sus creencias y su Ley. 

No le creían y la conversación subía de tono hasta el punto de que dudaban hasta de quién sería su padre. Y Jesús les dejó claro que su Padre era el mismo Dios, pero que Él no juzgaba a nadie, ni siquiera por no creerle.

Nosotros debemos aprender de ese "no juzgar", El Amor está por encima de la Ley y la Misericordia está por encima de los preceptos. Ese es el camino.






domingo, 13 de marzo de 2016

V DOMINGO DE CUARESMA


Jn 8, 1-11 


En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?». Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó: «Ninguno, Señor». Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».


LA LEY NOS MANDA APEDREAR A LAS ADÚLTERAS; TÚ, ¿QUÉ DICES?


Los contemporáneos de Jesús, a medida que iba subiendo su fama, intentaban una y otra vez pillarle en algún fallo para tener de qué acusarle. Solo querían una excusa para culparle de algo y poder quitarlo de en medio.

Su predicación molestaba. Sus obras molestaban. Lo que hacía y decía molestaba a aquellos que no veían más allá de la Ley y que habían hecho de la Ley la razón de su vida.

No seamos nosotros así. Las leyes, las normas no deben ser la razón de nuestra vida, sino que la razón de nuestra vida debe ser el amor, la misericordia y el perdón. Tengamos un corazón como el Suyo.