Mc 1,40-45
En aquel tiempo, se acerca a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»
Compadecido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu, purificación lo que mandó Moisés, para que les sirva de testimonio ».
Pero, cuando se fue, empezó a pregonar bien alto y a divulgar el hecho, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en lugares solitarios; y aun así acudían a el de todas partes.
QUEDÓ LIMPIO
Jesús limpió a los leprosos, para ellos fue como el agua pura que lava y limpia lo que está manchado.
El agua no sólo lava, sino que también riega y fecunda la tierra, hace posible que broten las plantas, florezcan los árboles y maduren los frutos. ¡Tantas veces nos sentimos secos, sin vida, sin flores, sin frutos...!
El agua de Jesús riega en nosotros lo que está seco y lo hace florecer y fructificar. Agua fresca para nuestro espíritu que nos alivia y serena.
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