Jn 3, 16-21
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.
UN HUMILDE SERVIDOR
Así podríamos definir a José, un humilde servidor de Dios, pero no por eso menos importante, ni menos interesante su misión.
Su vida fue un puro acto de servicio alegre en bien de María y Jesús, que tuvieron en él un pilar fuerte y seguro donde apoyarse.
Servir, "hacer de José" en nuestras vidas, teniendo al lado a Jesús y a su madre, viviendo en función de ellos y para ellos. Hermosa misión.
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