sábado, 7 de enero de 2023

AGUARDABA EL CONSUELO DE ISRAEL

 Lc 2,22-35

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jeru-salén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos "han visto a tu Salvador",
a quien has presentado ante todos los pueblos:
"luz para alumbrar a las naciones"
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma-, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

AGUARDABA EL CONSUELO DE ISRAEL

Simeón había tenido una revelación: que antes de morir vería al Mesías, Consuelo de Israel. Y creía firmemente que así sería. Fe y esperanza van de la mano.

Nosotros, por suerte, podemos ver el Consuelo de nuestras vidas a cada instante. Jesús se hizo hombre por nosotros, y se hizo Pan.

La Eucaristía, presente el el Sagrario, es nuestro constante Consuelo. Simeón lo vio; nosotros lo vemos también. 

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