sábado, 9 de enero de 2016

SOY YO, NO TENGÁIS MIEDO

Mc 6, 45-52 

Después de haberse saciado los cinco mil hombres, Jesús enseguida apremió a los discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran hacia la orilla de Betsaida, mientras él despedía a la gente. Y después de despedirse de ellos, se retiró al monte a orar. 

Llegada la noche, la barca estaba en mitad del lago, y Jesús, solo, en tierra. Viéndolos fatigados de remar, porque tenían viento contrario, a eso de la cuarta vigilia de la madrugada, fue hacia ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, viéndolo andar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y dieron un grito, porque todos lo vieron y se asustaron. Pero él hablo enseguida con ellos y les dice: - «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo.» Entró en la barca con ellos, y amainó el viento. Ellos estaban en el colmo del estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque tenían la mente embotada.


SE RETIRÓ AL MONTE A ORAR

Jesús nos enseña con su actitud lo necesario de la oración. Si nos dejamos llevar por el Espíritu nuestra oración llegará siempre al corazón de Dios y, desde allí, a todos los hombres.

Orar es aceptar ese diálogo que Dios nos propone. La oración presupone la conversión hacia una vida de interioridad y enseña a considerar al Señor en lo más íntimo del alma.

Dios no está lejos de nosotros, está en nosotros. Por eso, podemos descansar en Él con confianza y amor. Eso es orar. Podemos presentar a Dios nuestra vida, nuestros deseos, nuestros sufrimientos, nuestras esperanzas, nuestras ilusiones... eso es orar.

Como Jesús, con Jesús, por Jesús, en Jesús... recojámonos en oración.


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