martes, 2 de febrero de 2016

FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR


Lc 2, 22-32 


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»


LUZ PARA ALUMBRAR A LAS NACIONES

En la Fiesta de la Presentación del Señor en la que la Iglesia celebra el día de la Vida Consagrada, el evangelio nos habla de Jesús como Luz de las naciones.

Luz que nos ilumina y que necesitamos para saber y conocer el sentido de nuestra existencia, de nuestro ser y vivir cristiano. 

Luz, fuego, sol, llama que quema, abrasa y transforma. Por algo a un corazón lleno de pasión y valor decimos que es un corazón encendido. Tengamos ese corazón e iluminemos con nuestras palabras y nuestras obras.


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