domingo, 6 de febrero de 2022

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 Lc 4, 21-30

En aquel tiempo, Jesús comenzó a decir en la sinagoga:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír»
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.
Y decían:
«¿No es éste el hijo de José?»
Pero Jesús les dijo:
«Sin duda me diréis aquel refrán: "Médico, cúrate a ti mismo"; haz también aquí, en tu pueblo, lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún»
Y añadió:
«En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo. Puedo aseguraros que en Israel había muchas viudas en los días de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado sino Naamán, el sirio».
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo echaron fuera del pueblo y lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el que estaba edificado su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se seguía su camino.


PROFETA

Nadie es profeta en su tierra, nos dice el evangelio. El profeta es aquel que anuncia a todos, sin excepción, el mensaje de Dios.

Pero siempre habrá alguien que cuestione sus intenciones, sus orígenes, su historia, sus palabras, sus actos. Y que pueda empañar tan gran labor por cuestiones que no tienen nada que ver con el amor.

Porque como nos dice hoy san Pablo, el amor no pasa nunca. Todo lo que hagamos por amor, ahí estará por siempre. Seamos profetas del Amor, anunciando al que es el Amor incondicional, que nunca pasa. 

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