jueves, 17 de febrero de 2022

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 Lc 6, 17. 20-26

En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».

VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE EN EL CIELO

Hoy el evangelio nos habla de las Bienaventuranzas. Hoy es complicado entender que todo aquello que dijo Jesús resumido en tan bellas palabras pueda darnos la felicidad.

Ser felices siendo pobres, llorando, es algo que se antoja difícil, sino imposible. Y Jesús, que lo sabía, dijo que, si viviéramos así, nuestra recompensa sería grande en el cielo.

Pensemos cuál sería esa gran recompensa. Vivamos con intensidad las bienaventuranzas para llegar a vivir esa recompensa.

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