jueves, 28 de marzo de 2019

LA MULTITUD SE QUEDÓ ADMIRADA

Lc 11, 14-23
En aquel tiempo, estaba Jesús echando un demonio que era mudo.
Sucedió que, apenas salió el demonio, empezó a hablar el mudo. La multitud se quedó admirada, pero algunos de ellos dijeron:
«Por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios, echa los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, le pedían un signo del cielo. Él, conociendo sus pensamientos, les dijo:
«Todo reino dividido contra sí mismo va a la ruina y cae casa sobre casa. Si, pues también Satanás se ha dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Pues vosotros decís que yo echo los demonios con el poder de Belzebú, vuestros hijos, ¿por arte de quién los echan? Por eso, ellos mismos serán vuestros jueces. Pero, si yo echo los demonios con el dedo de Dios, entonces es que el reino de Dios ha llegado a vosotros.
Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros, pero, cuando otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte su botín.
El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama».

LE PEDÍAN UN SIGNO DEL CIELO
En tiempos de Jesús algunos le pedían un signo para demostrar que era lo que decía y para corroborar su actitud. Un signo solamente, danos un signo y creeremos.
Hoy se lo pedimos de otra manera, pero también pedimos signos, señales que nos certifiquen que Dios existe, que está y que existió. Y Dios no se mueve por certificados, ni por señales extraordinarias. 
Si nos fijamos un poco, encontramos signos y señales del amor de Dios a nuestro alrededor. La primera y principal, la Eucaristía. Dios hecho Pan. ¿Hay mayor signo del cielo?




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