domingo, 24 de marzo de 2019

SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

 Lc 1, 26-38
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».
María contestó: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra».
Y el ángel se retiró.

¿CÓMO SERÁ ESO?
En el día de la Solemnidad de la Anunciación, en el que conmemoramos que el Hijo de Dios se hizo hombre el evangelio nos sorprende con una pregunta. Muchas veces nosotros también nos la hemos hecho, poniendo a prueba nuestra fe. 
"¿Cómo será eso?", nos preguntamos. No entendemos cómo sucederá aquello que esperamos, siendo nuestra fe muchas veces tan frágil. Y tenemos la mente y el corazón nublado por la duda.
Precisamente lo que no le pasó a María cuando aceptó ser la Madre de Jesús, la Madre de Dios. Aceptó, sencillamente, fielmente. Aprendamos de Ella la sencillez en la fidelidad.



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