lunes, 1 de junio de 2020

SANGRE Y AGUA


 Jn 19, 25-34

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».
Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido». E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

SANGRE Y AGUA

Allí, al pie de la Cruz, estaba María, viendo a Jesús entregarse del todo, hasta la última gota de sangre. Y de su costado salió sangre y agua.

Amor se escribe con sangre, dice una canción, y así nos lo demostró Jesús. Sangre y agua como signo de la Iglesia, como signo de la Eucaristía.

Iglesia, Jesús, María,... Hoy recordamos a María como Madre de la Iglesia. Ella, mejor que nadie, supo qué suponía esa agua y esa sangre. 


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