miércoles, 1 de mayo de 2019

SAN JOSÉ OBRERO


Jn 3, 16-21

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.

UN HUMILDE SERVIDOR

Así podríamos definir a José, un humilde servidor de Dios, pero no por eso menos importante, ni menos interesante su misión.

Su vida fue un puro acto de servicio alegre en bien de María y Jesús, que tuvieron en él un pilar fuerte y seguro donde apoyarse.

Servir, "hacer de José" en nuestras vidas, teniendo al lado a Jesús y a su madre, viviendo en función de ellos y para ellos. Hermosa misión.


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