lunes, 15 de julio de 2019

PAZ Y ESPADA


Mt 10, 34-11,1

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espada. He venido a enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa.

El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará.

El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.

El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, sólo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».

Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió de allí para enseñar y predicar en sus ciudades

PARTIÓ DE ALLÍ PARA ENSEÑAR Y PREDICAR

Jesús tenía muy claro que su misión era enseñar y predicar. No se quedaba mucho en sitio fijo, sino que iba de un lugar a otro a cumplir su misión.

No tenía lugar donde reclinar su cabeza. Dios llenaba su vida de tal manera que no tenía otra razón de ser ni de vivir. Y su enseñanza muchas veces no tenía eco. Otras sí.

Nosotros, que tenemos a Jesús por Maestro, también deberíamos tener a Dios por el gran motivo de nuestro vivir. Dar testimonio aunque muchas veces no tenga eco. Otras, sí lo tendrá. 


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