miércoles, 4 de septiembre de 2019

LA SUEGRA DE SIMÓN


Lc 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.

Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose enseguida, se puso a servirles.

Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: «Tú eres el Hijo de Dios».

Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías. Al hacerse de día, salió a un lugar desierto. La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.

Pero él les dijo: «Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado». Y predicaba en las sinagogas de Judea.

ÉL ERA EL MESÍAS

Algunos de los contemporáneos de Jesús entendieron que era el Mesías. Lo oyeron, lo vieron, fueron testigos de sus milagros.

Así era fácil creer. ¡Cuántas veces hemos pensado que si hubiéramos vivido junto a Él hubiéramos creído al instante...!

Veinte siglos después también sabemos que es el Mesías que esperaban las naciones y los vemos y lo oímos en nuestros hermanos.


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