lunes, 31 de agosto de 2020

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 Mt 16, 21-27

En aquel tiempo, comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte».
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
«¡Quítate de mi vista, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».
Entonces dijo a sus discípulos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga.
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará.
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.

NO OS AMOLDÉIS A ESTE MUNDO

Es lo que decía san Pablo en su Carta a los Romanos. El mundo tiene sus normas y leyes, que normalmente poco tienen que ver con el Evangelio. Por eso no debemos amoldarnos a este mundo, sino transformarnos renovando la mente, discerniendo cuál es la Voluntad de Dios.

Así podremos decir con el Salmo: "mi alma está unida a Ti, mi alma está sedienta de Ti". Sed de Dios, el mundo tiene sed de Dios, aun sin saberlo. Nosotros, con más razón, al conocer la fuente de esa sed. Pues, como dice el evangelio, ¿de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?

No nos entenderán, porque el mundo no piensa como nosotros. Pero siguiendo en pos de Jesús, negándonos a nosotros mismos, tomando la cruz, nos amoldamos a Dios para saber qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto, 

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