martes, 30 de agosto de 2016

LOS IBA CURANDO

Lc 4, 38-44

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le rogaron por ella.
Él, inclinándose sobre ella, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose en seguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, todos cuantos tenían enfermos con diversas dolencias se los llevaban, y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los iba curando.
De muchos de ellos salían también demonios, que gritaban y decían: «Tú eres el Hijo de Dios».
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar desierto.
La gente lo andaba buscando y, llegando donde estaba, intentaban retenerlo para que no se separara de ellos.
Pero él les dijo: «Es necesario que proclame el reino de Dios también a las otras ciudades, pues para esto he sido enviado».
Y predicaba en las sinagogas de Judea.


LA GENTE LO ANDABA BUSCANDO


En tiempos de Jesús los judíos esperaban al Mesías. Hacía muchos siglos que el pueblo de Israel deseaba ser con sus propios ojos su liberación.

Y cuando Jesús empezó su vida pública fue seguido por las multitudes. La gente le buscaba, deseando encontrarse con Él y escucharle, aunque únicamente pudiera verlo pasar, como Zaqueo.

¿Nosotros le buscamos así, le deseamos así? Necesitamos pasar ratos con Jesús, en la intimidad de la oración. Busquémosle, escuchémosle, oremos desde el corazón e, indudablemente, nos encontraremos con el Mesías. 


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