sábado, 22 de octubre de 2016

DOMINGO XXX TIEMPO ORDINARIO

Lc 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
"¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo".
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
"¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador".
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».


EL FARISEO Y EL PUBLICANO

La riqueza de la palabra de Jesús siempre da pie a reflexionar sobre nosotros mismos. Y hoy, la liturgia nos regala su parábola del fariseo y el publicano. 

¿Somos como el publicano o como el fariseo? ¿O una mezcla de los dos? ¿Pensamos que los demás no son ni la mitad de buenos que nosotros o nos interrogamos sobre nuestra actitud y la cambiamos si no es la correcta?

Demos gracias a Dios, pero no como el fariseo, sino por su misericordia y compasión. Y pidamos perdón como el publicano, confiando en el poder de la humildad. 




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