sábado, 19 de noviembre de 2016

BIEN DICHO, MAESTRO

Lc 20, 27-40

En aquel tiempo, se acercaron algunos saduceos, los que dicen que no hay resurrección y preguntaron a Jesús: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, que tome la mujer como esposa y dé descendencia a su hermano.” Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. El segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete, y murieron todos sin dejar hijos. Por último, también murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete la tuvieron como mujer».
Jesús les dijo: «En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que lo muertos resucitan, lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos»
Intervinieron unos escribas: «Bien dicho, Maestro»
Y no se atrevían a hacerle más preguntas.


PARA ÉL TODOS ESTÁN VIVOS


En el mes de noviembre es recurrente en el evangelio diario el tema de la resurrección de los muertos. Hoy nos vuelve a recordar que somos hijos de la resurrección.

Somos resurrección, resucitamos a diario, de nosotros mismos, de nuestras fatigas y cansancios, de  nuestras penas y dolores. La resurrección se hace realidad en nuestras vidas.

Así esperamos aquí la que será la resurrección definitiva, la que nos llevará a vivir en Él por siempre, a sentir en Él por siempre, a amar en Él por siempre. Hasta que esa realidad sea efectiva, hagámosla efectiva en nuestro presente.


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