martes, 15 de noviembre de 2016

JESÚS ENTRÓ EN JERICÓ

Lc 19, 1-10

En aquel tiempo, Jesús entró en Jericó e iba atravesando la ciudad.
En esto, un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. Corriendo más adelante, se subió a un sicomoro para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa».
Él se dio prisa en bajar y lo recibió muy contento.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador».
Pero Zaqueo, de pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le restituyo cuatro veces más».
Jesús le dijo: «Hoy ha sido la salvación de esta casa, pues también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido».


LO RECIBIÓ MUY CONTENTO

El evangelio de hoy nos enseña que el Señor, por donde pasa, lleva y deja alegría. Zaqueo se alegró de que fuera a su casa, y cuando se fue de allí Jesús, la alegría contagió su interior y su casa.

Algunos criticaron al Señor por "hospedarse en casa de un pecador", pero Él sabía bien lo que hacía. Llevó alegría a un corazón empequeñecido por estar pendiente de lo material.

Así nosotros. Llevemos la alegría a los corazones que la necesiten. Llevemos alegría para que la tristeza no reine en ningún corazón, sino que la alegría de servir al Señor sea el motor de nuestras vidas. 


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