miércoles, 9 de agosto de 2017

SEÑOR, AYÚDAME

 Mt 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús se retiró al país de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando»
Él les contestó: «Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acerco y se postró ante él diciendo: «Señor, ayúdame».
Él le contestó: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.


LAS MIGAJAS DE LA MESA

En esta ocasión el evangelio nos cuenta la historia de la mujer cananea. Tuvo el maravilloso atrevimiento de decirle a Jesús que, si no quería ayudarla por ser cananea, se conformaba con "las migajas de la mesa".

Inteligente y obstinada, en el mejor sentido de la palabra, consiguió que Jesús le otorgase lo que pedía, que era que curase a su hija. ¡Bendita obstinación!

Esta mujer, de la que no conocemos su nombre, pasó a la historia sagrada por su fe, la que Jesús alabó en ella. Porque, aunque tengamos repetidas negativas a lo que pedimos, o así nos lo parezca, la fe inquebrantable que tengamos moverá el Corazón de Cristo. 





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