jueves, 10 de enero de 2019

SE ADMIRABAN DE LAS PALABRAS QUE SALÍAN DE SU BOCA

Lc 4, 14-22a
En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca.
Enseñaba en las sinagogas, y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el rollo del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor.»
Y, enrollando el rollo y devolviéndolo al que lo ayudaba, se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos clavados en él. Y él comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír».
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de su boca.

LOS OJOS CLAVADOS EN ÉL
Cuando Jesús fue a la sinagoga de Nazaret todos tenían los ojos clavados en Él. Unos, para interrogarle, otros, para ver en qué se equivocaba y otros, esperando con ganas su discurso.
Es una forma bonita de vivir cada acontecimiento: teniendo los ojos clavados en Él, esperando su palabras, contemplando su rostro, adorando.
Y no solo los ojos. "Clavemos" el corazón en Él, poniendo siempre en sus manos la vida, poniendo en su Corazón todo lo que somos. 


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