domingo, 29 de octubre de 2017

LE IMPUSO LAS MANOS

Lc 13, 10-17
Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacia dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y estaba encorvada, sin poderse enderezar de ningún modo.
Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad». Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios.
Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, se puso a decir a la gente: «Hay seis días para trabajar; venid, pues, a que os curen en esos días y no en sábado».
Pero el Señor le respondió y dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata en sábado su buey o su burro del pesebre y lo lleva a abrevar? Y a esta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no era necesario soltarla de tal ligadura en día de sábado?».
Al decir estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba por todas las maravillas que hacía.

TODA LA GENTE SE ALEGRABA
Lo normal en la vida de un cristiano sería que la viviera con alegría. Jesús es nuestra alegría, nuestra paz. Cuando el ángel anunció su nacimiento dijo: ¡Alegraos!
Quien conoce a Jesús, quien sabe que vino a salvarnos, a darnos la vida no puede estar triste. La cotidianidad nos puede traer contrariedades y tristezas, pero debemos pasarlas por el tamiz de Cristo y entonces se verán de otra manera.
Allí donde está Cristo, donde está de verdad, no cabe otra cosa que la alegría, por las maravillas que hace en nosotros, por las maravillas que hace por nosotros. ¡Alegraos!


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