jueves, 20 de septiembre de 2018

EN CASA DE UN FARISEO

Lc 7, 36-50
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él y, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de sus cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer el la que lo está tocando, pues es una pecadora».
Jesús respondió y le dijo: «Simón, tengo algo que decirte».
Él respondió: «Dímelo, maestro».
Jesús le dijo: «Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?».
Respondió Simón y dijo: «Supongo que aquel a quien le perdonó más».
Le dijo Jesús: «Has juzgado rectamente».
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».
Y a ella le dijo: « Han quedado perdonados tus pecados».
Los demás convidados empezaron a decir entre ellos: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».
Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz».

SIMÓN, TENGO ALGO QUE DECIRTE
Simón, que conocía a Jesús, pero no lo suficiente, pensó que no sabía quién era la mujer que había entrado en su casa. Pero Jesús claro que lo sabía.
Y apeló al corazón de Simón, dejando que él mismo se contestara. El más perdonado es el que más ama. El amor y el perdón van de la mano.
Y quizá hoy Jesús también tenga algo que decirnos. Parémonos un rato y, en la quietud de la oración, preguntémosle qué es lo que nos tiene que decir. 


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