jueves, 1 de noviembre de 2018

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Mt 5, 1-12a
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».

ALEGRAOS Y REGOCIJAOS
En la Solemnidad de Todos los santos el evangelio nos anima a la alegría y al regocijo por tantos hermanos nuestros que ya gozan de la presencia de Dios, bienaventurados. Y es que nos nos queda más que la alegría de sabernos hijos de Dios, ¡pues lo somos!, como nos dice san Juan.
Cristianos de manos inocentes y puro corazón, la generación que busca al Señor, comenta el salmo de hoy. Vestidos de blanco, siguiendo al Cordero adondequiera que vaya, muchedumbre inmensa de todas naciones y razas frente a Dios, cantando sus alabanzas. Ellos ya lo gozan. 
Limpios de corazón, misericordiosos, trabajando por la paz, mansos, perseguidos por la justicia... así fueron todos ellos. Así debemos ser para poder ser bienaventurados, como ellos. 


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