domingo, 20 de diciembre de 2015

IV DOMINGO DE ADVIENTO

Lc 1, 39 - 45

En aquellos días se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!"

¡OH LLAVE DE DAVID, y cetro de la casa de Israel!

¡Feliz la que ha creído!, le dice Isabel a María. La fe de la Virgen fue inconmensurable. Durante toda su vida correspondió con fe a las inspiraciones y mociones del Espíritu como nadie lo ha hecho.

Ninguna criatura ha tenido tanta fe. Es la llena de gracia. Dios la inundó y por ello vivió totalmente para Él. Por esa razón para nosotros es modelo de escucha, docilidad y vivencia de la fe. Ella acogió su misión, se dejó fecundar por el Amor y vivió en plenitud la fe. 

El Espíritu que la inundó es el mismo que nos inundará a nosotros si somos dóciles a su acción en nosotros. Tengamos una fe grande para crecer en amor y entrega. 

¡Oh, Llave de David y Cetro de la casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar, cierras y nadie puede abrir, ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombras de muerte!


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