miércoles, 20 de julio de 2016

EL QUE TENGA OÍDOS, QUE OIGA

Mt 13, 1-9

Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló mucho rato en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y lo ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos que oiga».


SE SENTÓ JUNTO AL MAR


Aparte de la parábola del sembrador, que es de la que nos habla hoy Jesús en el evangelio, hay un detalle, uno más, que nos indica la delicadeza de la personalidad de Jesús.

Salió de su casa y se sentó junto al mar, ese mar que Él creó hace tantísimos siglos. Y seguramente, en su ser hombre como nosotros, disfrutaría del paisaje y de la frescura que le ofrecía el agua salada. 

Muchas veces cuando pensamos en Dios, lo pensamos lejano y distante. Y no es así. Sintamos a Jesús cercano y hermano, capaz de emocionarse por su amigo  Lázaro y de disfrutar del sonido del mar. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.