sábado, 16 de septiembre de 2017

CADA ÁRBOL SE CONOCE POR SU FRUTO

Lc 6, 43-49

En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «No hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón, lo habla la boca.
¿Por qué me llamáis "Señor, Señor", y no hacéis lo que digo?
Todo el que se viene a mí, escucha mis palabras y las pone en práctica, os voy a decir a quién se parece: se parece a uno que edificó una casa: cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida.
El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó desplomándose, y fue grande la ruina de aquella casa».


DE LO QUE REBOSA EL CORAZÓN, HABLA LA BOCA


Hoy Jesús nos ofrece sabiduría popular. Y es verdad, de lo que vivimos, lo que de verdad nos importa, lo que llevamos en el corazón es aquello de lo que más hablamos.

¿Y qué pasaría si lo que llevamos en el corazón fuera Jesús, si lo que lleváramos en el corazón fuera el Amor con mayúsculas? Sencillamente, que sería de lo que más hablaríamos y lo que más compartiríamos con nuestros prójimos.

Esto cambiaría todo nuestro alrededor, toda nuestra vida y la de los que se acercasen a nosotros. Cambiaría el mundo, al fin y al cabo. ¿Y no es eso lo que deseamos, que el mundo cambie a mejor? Pues tengamos en el corazón a Jesús y hablemos de Él a nuestros hermanos. 


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