martes, 9 de enero de 2018

LA SUEGRA DE SIMÓN

Mc 1, 29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.
La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.
Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido»
Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

A UN LUGAR SOLITARIO
Jesús predicaba, le llevaban enfermos hasta la puesta del sol. No era extraño que después de días así, quisiera descansar.
De madrugada, nos cuenta el evangelio, se levantó, se marchó a un lugar solitario y se puso a orar. Y es que el silencio es necesario para orar. 
Jesús nos enseña que la oración es necesaria, que el silencio es necesario, que no se pueden curar cuerpos y almas si no nos dejamos curar por dentro con la oración. 


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