jueves, 21 de diciembre de 2017

¡OH, REY!

 Lc 1, 46-56
En aquel tiempo, María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia - como lo había prometido a nuestros padres - en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

¡OH, REY DE LAS NACIONES!
En el día de hoy la liturgia nos regala una de las oraciones más bellas y teológicas del Nuevo Testamento: el Magníficat.
Oración de María, en la que nos ofrece su meditación profunda sobre Dios, el Dios que es misericordia y grandeza.
Oración al Rey de las naciones, la razón de la existencia, la piedra angular donde se asienta toda la humanidad. Todo un Rey humilde hasta el extremo.
¡Oh, Rey de las naciones y deseado de los pueblos, piedra angular de la iglesia, que haces de dos pueblos uno solo, ven y salva al hombre que formaste del barro de la tierra!


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